Platicando de historias de vida: El alma rota de una vida vendida.

ALERTA al lector, ésta historia-entrevista es verídica y relata abuso sexual infantil, puede afectar sensibilidades. Los nombres y algunos datos han sido cambiados u omitidos para proteger la identidad, dignidad e integridad de las personas que en ella intervienen.

"Yo pagué con mi cuerpo, con mi inocencia, techo, trabajo y alimento para mi mamá y para mí, además de mi escuela"

Carolina, el alma rota de ésta historia.

"Me llamo Carolina, nací en un pueblo de la sierra mexicana, un lugar entre las nubes, con vistas y bosques hermosos, donde la temperatura en verano nunca llega a los 20 grados centígrados. Un bello pueblito, y no lo digo yo, sino los turistas que se pelean las cabañas para visitarlo."

"Mi papá abandonó a mi mamá apenas se enteró de que venía en camino, tal vez luego te cuente sobre él, lo poco que sé."

"Mi mamá no podía mantenerse independiente, así que vivimos con su hermana (mi tía) y mis primas varios años, como a mi mamá rara vez la veía por el tiempo que pasaba fuera trabajando, es a mi tía a quien yo realmente considero una madre."

"A mis nueve años mi mamá inició una relación con 'el señor', era el dueño de la tienda de abarrotes del pueblo, hacía poco divorciado, gordo, tosco de físico y trato, pero muy trabajador, inició su tienda de a poco hasta que la convirtió en mini super, como un oxxo chiquito de ahora".

"Nos mudamos a su casa que estaba, en el mismo terreno, pero detrás de la tienda de abarrotes, pasó un año sin complicaciones, vida normal, escuela, casa, ayudar en la tienda a mi mamá (que también desde que nos mudamos empezó a trabajar ahí) y al señor, eran mis obligaciones."

"Cumplí 10 años y todo cambió, un día, estaba sentada en mi cama haciendo mi tarea, cuando el señor entró al cuarto, no dijo nada, se me fue encima. Yo siempre he sido chaparrita, pero de niña era también muy delgadita, cayó sobre mí con todo su peso, con una mano me tapo la boca y con la otra me bajó las pantaletas y me abrió las piernitas, en mi terror creo que escuché algo parecido a un 'crack', como si mis huesitos se rompieran, sentí que algo me rasgaba y quemaba por dentro, una y otra, y otra y otra y otra vez, comencé a llorar del dolor insoportable, llamé a mi mamá, era lo único que atinaba a gritar con la manaza en mi boca: ¡¡Mamá!! ¡¡Mamá!!...pero ella nunca llegó. Cuando terminó me dijo que si decía algo me mataría y también a mi mamá...¿¡Qué haces?!, ¡eres un niño!, ¡estás indefenso!"

"Al día siguiente volvió, y también el día después de ese, y todos los días después de ese, me acostumbré a llorar abundante pero en silencio mientras soportaba mi terrible sufrimiento, de todos modos, nunca nadie aparecía, por mucho que rezara o gritara. En seis años, yo no tuve descanso, ni a los trece años que comencé a menstruar, sangrara o no sangrara, para él, era igual, en ocasiones, las menos, fueron dos ataques por día, pero uno, era de rigor. La escuela, ayudar en la casa, trabajar en la tienda y ser violada por 'el señor', se volvieron mis obligaciones diarias."

"A los 16 años como en mi pueblo sólo se podía estudiar hasta secundaria, mis primas y yo teníamos que mudarnos a la capital del Estado para continuar estudiando, fue cuando ví la luz, la salida del infierno, presenté mis exámenes y me admitieron". 

"Un día antes de irme, me armé de valor y le conté todo a mi mamá, estando yo lejos, ya no creía que se atreviera a matarla y a mí, ya no podría. Entre llantos le dije todo a mi mamá, lo que sentí, lo que me hizo, lo que sentía....pero me congelé cuando me contestó: 'si hija, pero gracias a él tenemos techo, comida, trabajo, tienes escuela', se me vino el mundo encima, yo no podía creer, todos esos años en mi soledad, con mi carita contra el colchón o con la manota en la boca, sollozando, con el hombretón encima de mí jadeando, y yo gritándole para que viniera a ayudarme y jamás llegó, no porque no me escuchara, sino porque sabía qué estaba pasándome...y lo aceptó, por no perder su seguridad económica, lo aceptó y lo permitió." 

"En mi cabeza infantil, yo soportaba tanto dolor para que no le hicieran daño a ella, y a ella poco le importó mi tormento diario. Yo pagué con mi cuerpo, con mi inocencia, techo, trabajo y alimento para mi mamá y para mí, además de mi escuela. No pude decirle nada, de tanta rabia que le tenía, no pude decirle nada. Tomé mi mochila y me fuí, lloré todo el camino, pero a la vez me sentí aliviada, creo que mis primas pensaron que estaba triste por irme del pueblo, que no dijeron nada". 

"A los pocos días mi tía nos visitó, y me llevó un recado, ni mi madre ni el señor se ocuparían más de mis gastos, ella lo haría, porque además, su hija, mi prima, un año menor, también estaba estudiando en el mismo lugar que yo...por eso veo a mi tía como mi verdadera madre, ella se ocupó de mi, gracias a ella terminé mi carrera, a ella es a la que visito en navidad, es a ella a quien veo como mi familia."

"Con mi madre he hablado una o dos veces desde que dejé esa casa, y eso porque me la he topado en casa de mi tía cuando voy de visita al pueblo, 'hola, adiós' y ya, no la perdono, no puedo perdonarla, no le deseo mal, pero pensar en ella me revuelve el estómago, me vendió por comida, por trabajo, por techo...y me arruinó la vida ."

"Tengo un miedo terrible de contarle a mi tía, tiemblo sólo de pensar que ella también sabía y lo permitió, tengo mucho miedo a su respuesta, tengo miedo a dejar de quererla, a sentirme tan sola, a saber que siempre lo he estado, tengo mucho miedo de eso."

"Un día, ya que estábamos juntas en la capital del estado, mi prima fue a mi cuarto a despertarme para irnos a la escuela, me tocó suavemente el hombro y dice que pegué gritos espantosos diciendo ¡No!, ¡No!, ¡No!, que comencé a llorar y me hice 'bolita' en la orilla de la cama, tratando de protegerme de algo; cuando realmente desperté, ella me abrazaba asustada, acunándome y me acariciaba el cabello, nunca preguntó, nunca dije nada, pero jamás volvió a intentar despertarme, ponía el despertador. Todas saben que no deben tocarme para despertarme porque empiezo a gritar."

"Aún ahora, a mis 36 años, ya viviendo sola, varias veces he tenido pesadillas y me he despertado de un salto al ver al señor que se abalanza sobre mí, y ya no puedo volver a dormir; Hay monstruos infantiles reales que son imborrables."

Carolina (que no es su nombre verdadero), ahora es profesionista, independiente, madre de dos pequeños, uno de 5 años y el otro de 2, a los que mantiene ella sola, producto de relaciones inestables con hombres casados, mayores que ella, es una mujer que vale mucho, pero se siente poco, se aprecia poco, aspira a poco.

Sus patrones de relación sentimental es ser usada por hombres maduros con compromiso, no me atrevo a comentar algo al respecto, mejor callar ante las cosas que son tan transparentes como el cristal.

Desgarradoramente en México la venta de menores de edad para explotación sexual o laboral existe y es muy alta, esto no puede considerarse una 'costumbre de pueblos originarios' ni algo ordinario, es un delito, es un abuso, es condenar a la muerte en vida a las almas que quedan rotas después del horror que vivieron.

Ser parte de la solución y no del problema es evitar mirar a otro lado cuando sabemos de alguien que sufre este atropello, denuncia y ayuda.

En 2021, Carolina se enteró de que el señor se contagió de covid-19, por sus comorbilidades (sobrepeso y diabetes) lo hospitalizaron, la madre de Carolina, la ex esposa del señor y los hijos de su matrimonio con ella, tuvieron que vender la tienda para sostener gastos y medicinas, se quedaron sin nada; después de 3 meses él murió solo, aislado, intentando respirar, víctima del SARS-COV-2.

A mi pregunta de cómo se siente con esa noticia, me responde: "No sé qué sentir, no sé si reír o llorar, no sé si fue una muerte justa, quizá porque yo no lo ví sufrir, sólo sé que ya no está y que si hay un infierno, ojalá se pudra en él."

Cuánto daño le puede hacer un ser humano a otro.

Gracias Carolina, gracias por confiar en mí, por compartir tu historia, por considerarme tu amiga, por permitirme llorar contigo tus amargos recuerdos, por dejarme intentar hacer que se vayan con un abrazo...gracias mil.

Y gracias a ti por acompañarnos, nos leemos pronto en otra plática de té y café. 




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